Una señora gorda que le dice a su niño que salga del agua. Un grupito de quinceañeros demostrando quién se pega el planchazo más grande delante de sus amigas. Un bebé que llora cada vez que el agua le moja los pies. Un señor bajito con bigote clavando una sombrilla «años 60» en la arena. Un pareja que intenta dar más de tres golpes seguidos a las palas, en la orilla. Dos amigas a la brasa que se dan crema de zanahoria la una a la otra, con la parte de arriba del bikini desabrochado, of course. Toallas grandes y pequeñas, de colores, de publicidad, negras con franjas moradas, llenas de palmeras… Una mujer que antes de meterse se refresca la espalda y los brazos y mira con odio a los adolescentes de los planchazos. ¡Eh! Ahí vienen dos tipos mazo cachas paseando sus cuerpazos para que el respetable los mire. Desfile en directo. ¿Y qué me dices de las dos treintañeras en topless que se dejan llevar por las olas, jugueteando, con un cartel ficticio y luminoso en sus cabezas que dice «¿A qué te molo? Ummm»?
Todo un mundo en un pedacito de tierra. Todo un mundo que te estás perdiendo por tomar el sol boca abajo…
Había sido mi primer botellón y no tenía nada claro lo que había sucedido. La consigna había sido beber, beber hasta cogerse un buen pedo… No había más razones; al menos no para ellos. Yo acababa de llegar y necesitaba amigos. No podía permitirme el lujo de caminar sobrio, y solo, un viernes por la noche.
La soledad no era una opción para un adolescente como yo. Uno vendería su alma al diablo con tal de sentirse querido e importante, con tal de tener una pandilla. De aquella no sabía que podía haber dicho que no y que el mohoso recuerdo de aquella sinrazón en compañía, podía ser hoy, simplemente, un recuerdo…
Eres mi vecina favorita y ni siquiera nos hemos cruzado palabra; qué cosas tiene la vida.
Tu mayor distracción es mirarme, observarme, saber que estoy. Tu vida palpita con la mía. Tus desvelos tienen mi rostro. Al amanecer, nada más levantar las persianas, aún con los ojos llenos de legañas y sensibles a la luz, ya estás ahí y te apresuras a sonreírme y darme los buenos días inclinando levemente la cabeza. Desayunas conmigo desde tu ventanuco, ya gastado. Acompañas el comienzo y el final mi día. Eres mi ángel de la guarda.
Un día me animaré y llamaré a tu timbre. Iré a contarte quién soy y a escuchar quién eres tú. Un día querré descubrir cómo suena tu voz llena de años y decirte que, con ese poquito, con ese saludo, con esa presencia, con esa sonrisa… me haces ser mejor persona.